sábado, 4 de mayo de 2013

A CONTRACORRIENTE


Era en un pueblecito de la italiana provincia del Lazio. Don Carlos había sido invitado a comer por una familia de campo: solo asistirían los padres porque los dos hijos, ya mayores, excusaron su presencia por diversas razones. Hablaron de todo un poco. Ya en el café, la señora comentó con sorpresa cómo su vecina esperaba el octavo hijo y exclamó jocosamente: «¡Esa mujer parece una incubadora!».

El comentario hirió los oídos del sacerdote más que una daga afilada y, sin mediar un segundo, replicó: Señora, yo soy el pequeño de dieciséis... y mi madre no es una incubadora; es una verdadera mujer, de pies a cabeza: mujer y madre.

La situación se había puesto tensa, con el consiguiente sonrojo de la buena campesina, que se descompuso en mil disculpas después de tan desafortunado comentario.


La persecución que sufrimos hoy –al menos en los países occidentales– no consiste en la búsqueda y captura con el fin de dar muerte a los cristianos. El evangelio que anuncia la persecución se cumple hoy en esa caza silenciosa de la crítica, de la mofa, de la burla, del sarcasmo.

Este acoso se concreta en la exclusión de cristianos de determinados puestos de trabajo (jueces, médicos, farmacéuticos, abogados); en el rechazo a la maternidad, en la mofa de la virginidad antes del matrimonio o de las relaciones sexuales limpias y abiertas a la vida, en la incomprensión a la vocación al celibato o a la vida consagrada... Es precisamente en estos campos donde en el siglo XXI se persigue a los cristianos.

Ante este panorama, ¿qué puedes hacer tú? Ofrece al Señor tanta incomprensión, que probablemente experimentes aun con personas muy queridas –¡incluso en tu familia, entre tus compañeros!–. Habla con Él de las situaciones que te han hecho sonrojar o de aquellas otras donde no fuiste capaz de responder auténticamente: te dio miedo. Dile que quieres ser suyo, que quieres dar testimonio, que quieres ser valiente, que quieres ponerte siempre de su parte porque, además, conoces la promesa del Maestro: «quien se pone de mi parte delante de los hombres también yo me pondré de su parte delante de mi Padre del cielo».

Fulgencio Espá

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