sábado, 11 de mayo de 2013

¡ESTE ME SALVÓ!

 Muy cerca de Paderborn, en el centro mismo de Alemania, el padre Markus tomaba posesión de la parroquia católica de un pequeño pueblo del interior. Todo se dispuso convenientemente: la banda de música que tocaría durante la Misa; la recepción del Vicario que haría público el nombramiento del nuevo párroco, monaguillos, flores... Además, el convite posterior: largas mesas, cientos de salchichas, litros de buena cerveza alemana. A punto.
La Misa se alargó durante hora y media. No importaba. El clima era máximamente festivo. Alegría. Gozo en el pueblo. Luz.

La merienda, casi cena, fue espectacular. Los niños corrían felices por entre las mesas. Los adultos hablaban de sus cosas. Allí había un buen número de sacerdotes invitados, entre ellos, dos extranjeros que hacían lo que podían con su alemán chapurreado. Sin saber cómo ni por qué, este par vino a parar delante de un matrimonio muy ancianito: Michael y María.

 
Comenzaron a hablar como podían en aquella lengua nada fácil. Desde el comienzo habían apreciado lo obvio: a Michael le faltaba una mano. Poco a poco la confianza creció, y al fin uno de se atrevió a preguntarle: ¿Qué le ocurrió en la mano derecha?
Él miró a María, su mujer, como buscando apoyo. Con diecisiete años había sido llamado a filas durante la Segunda Guerra Mundial. Hacían falta hombres. Muchos habían caído, y eran necesarios nuevos efectivos para la campaña de Rusia. Montó en el tren dirección oriente con el resto de sus compañeros. Todas las noches, entre los tanques, en el invierno más frío que aquellos jóvenes habían vivido en toda su vida, los soldados católicos del ejército alemán rezaban juntos el rosario, en torno al calor del fuego. Michael, que ya conocía a María, rezaba diariamente por ella, para que Dios le permitiera volver a verla; oraba porque quería vivir; sobrevivir.
Un jornada normal, como todas, manipulando unos explosivos algo ocurrió que hizo que todo saltar por los aires. Michael perdió la mano y fue trasladado de urgencia a Berlín. Se le declaró inhábil para el ejército, de modo que no pudo compartir la fatal suerte de toda su compañía, que murió aterida de frío y sangre en Rusia. De la mayor parte de sus compañeros no se sabe siquiera el lugar donde yacen sus cadáveres.
Cuando llegó a ese punto de su relato, Michael empezó a llorar, miró a su mujer, a María, que lo cogió del hombro, y sacando del bolsillo un viejo rosario, dijo con voz quebrada: este me salvó.
El cariño de la Virgen nos salva siempre. Hoy, en Valencia, se celebra a la Madre de los Desamparados. Todos los valencianos se vuelcan con la Virgen. Un buen dia para agradecer a nuestra Madre lo que nos quiere y para tratarla más. Con el rosario, la oración de la sencillez. La Virgen le pidió a unos niños que lo rezaran en Fátima y nos lo pide a nosotros ahora.

Fulgencio Espá / Juan Ramón Domínguez

1 comentario:

  1. Impresionante historia, estoy seguro que fue la Virgen quién lo salvó y quién nos salva en innumerables ocasiones. UN abrazo

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